Una vez en el supermercado me dirijo a la sección de cereales, pasando como nube por los congelados de Alaska, cuánto tiempo ha pasado ya desde que mi mano blanquecina retirara el tapón del desagüe y así pudieras liberarte de aquellos punzantes estertores que la noche de Gomila traía con barato alcohol de taberna. Deslizándote entre las formas de un amor escatológico y allí los vecinos esperando ante sus urnas la llegada de vuestras nalgas difusas por el whiskey. Aquí disloco las articulaciones del tiempo esparcidas en blandos copos de azúcar y no puedo sentirme dichoso aún. "¿Cómo está usted? ¿Ha encontrado quizá ya lo que necesita? Yo estoy bastante bien." El día se ha deshecho extraño sobre las berenjenas del verano y de la siesta en que tú y yo acampábamos en las dunas. Más allá de las ametralladoras y de sus surcos, cuando los aullidos de nuestro padre se escuchaban bajo aquel puente de piedra. Ya no hay nombres, sólo números sin esperanza por las avenidas fabricadas como dulces. Regocijo, una entrada en un parque. He comprado una guitarra. No es mucha cosa pero puedo tocar los vacuos acordes de esa canción sin rumbo que nunca llega a puerto. Mujeres varias, paseando sus paraguas. Las ardillas se recogen en los recodos de las frondas.
Heroína por los tundros y las savias. Reposándote, hermano que segregas y sollozas y los cuervos te dedican un graznido. Los cuervos en sus imponentes penachos. Algunos gritos se ahogan en la lejanía de las fábricas. Las arañas frotando impunes, los salados cuerpos de los Suquamish.
No hay comentarios:
Publicar un comentario