Mostrando entradas con la etiqueta irrealidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta irrealidad. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de septiembre de 2011

La Noche de las Iguanas


Los soplidos de las trompetas y la seda de los violonchelos introducen el tempestuoso escenario barrido por los monzones y los reptiles de colas como apéndices. El bramido de las olas emite sus dulces interferencias a través de una vieja radio.
Las aguas están llenas de plásticos que no hacen ruido,
que sólo ahogan a los bañistas en la medianoche,
que responden a la llamada de las orcas al describir Júpiter sereno un destello en el horizonte.
El reverendo Maldonado, serrando su peso coxofemoral inevitablemente hacia el futuro, busca conchas y caracolas en el perfil descrito por las arenas y los gusanos de Arakis. Las pieles negras de su hábito se estremecen con el contacto de la fresca noche en su viaje hacia las lindes del amanecer.
¡Oh tú, virtualidad de tercer grado por la que algunas familias derrochan sus sueldos durante la estación de lluvias, atracción de feria en la que yo, tú o aquel nos mojamos los pies en los domingos de fútbol y jarras de uranio! ¡Háblanos de tus feligreses en cunas de silicio, los ojos navegantes en la pantalla que no actúa tanto como espejo sino como cortejo indeseado cuando los hombres vuelven de la guerra! ¡Háblanos, te lo suplico!

REVERENDO MALDONADO: –"Los saqué a todos de mi vida. Los saqué a todos de sus coches. Al volver del hogar de los amantes, que quisieron enterrarme junto a los jacintos.
¡Oh, mi padre, oh mi padre! ¿No escuchas lo que Cristo me promete dulcemente?
Tú me tocas y no me haces daño. Los diablos en tus noches de mendicidad difusa. Ellos son los culpables que hoy buscas entre la siembra de los significantes."

Querido doble improvisado,
Junto al arrollo en Tepozlán hay varios perros tumbados en la charca. Mastican raíces y agua envenenada. Los turistas pisan con sus gomas los impotentes aminoácidos, privados ya de la repetición de las fábricas. Tanta identidad que nos embruja por eso mismo, por gozar en el deseo colmado, de aquello que se sabe muerto frente a los goznes del sol.
Pero mírala, por ahí va llegando, la señorita Gutiérrez. Se mueve como una infante difunte emborrachada de Ravel. Entre los filodentros se mueve. Todo es exceso y corriente subterránea en su aparición preprogramada. Os reúno ante los restos de Nantucket, cierto, más lejos e improbable, pero por eso mismo
más abierto.
Tuyo siempre,
el que escribe tu historia,
este dios, 
otro doble. 

SEÑORITA GUTIÉRREZ: –"Cada luna quemo banderas de estrellas, aquí junto a los cangrejos. Las maracas de Pedro y Jesú son como un pupút haciendo cabriolas por los desiertos de Arakis. Pienso en la presión de mis venas. Allí está Júpiter. Debido a la presión el hidrógeno comparte sus electrones en líquida aletheia que no trae ni verdad,
ni belleza,
ni terribles gritos de cerveza, cuando el bar declina y los amigos te sacan en cara tu huida entre los faroles. Desde que murió Vincenzo te suplico..."

-"Me suplicas."

-"Que me ames esta noche..."

-"Esta noche."

-"Con el ardor de las iguanas...

-"Las iguanas."

-"Pero no me haces caso, siempre ensimismado en tus conchas de hojalata. Sucinto monje endemoniado. Los raores se están friendo en la cocina de tu infancia y las mujeres se visten con partos y festejos de despedida. Los bungalow de madera donde pasamos aquel verano, con aquellos insectos solares dando luz, la necesaria. Y tu botella de mezcal caliente, preñada en sus vísceras por los lagartos. Lucy ha venido a pintar de sangre la cocina. Ego te absolvo.
Y después de tanta noche jugando a los tronos,
con aquella canción de aniversario y con los pterodáctilos, cabrones,
vendrás con tus maracas de Crimea a los brazos de un cristo con ojos de vaca,
herido en el costado siniestro.
Sin testigos, sin dolientes individuos en sus túnicas. A oscuras. Tú, y eso.
¿Por qué no dices nada? ¿Por qué no hablas? Habla... ¿Es que acaso no escuchas..."

-"El perro muerto jugueteando tras la puerta. Luego nada, y otra vez nada. Recuerda."

-"No puedo recordar.
Mentiría si te dijera otra cosa. Tus palabras son gasas empapadas en mi sangre, un querido llanto, una escusa barata en los oídos de la esfinge del departamento de estado, un piropo inocente en una escena de amor de Sam Peckinpah.
Algunos, como Juan, empujan con el pie certero al indio, fuera de plano,
colina abajo,
colina abajo.
Nadie te pidió que te pusieras ese delantal con tanto pistolero suelto, Sr. Valance. Libertad señalada por un garfio en el tejado. Herman cree que el dinero es suyo."


Sentada en el muelle blanco, Nikita Nabronaloviz seduce a los moluscos en pena con sus braguitas de seda.

NIKITA NABRONALOVIZ:–"¿Por qué me crucificaron con estos pechos y con estos muslos? Las cuchillas que mes a mes escarban mi piel. No las soporto. ¿Cuántas cremas te pones? ¿Sabes contar?
(mirada en el reflejo del agua)
Todo el peso de esos ojos, escrutándome. Las manos me cubren poco a poco, con sus pétalos y los párpados de acero. No quiero volverlo a ver.
(las olas no traen nada de valor)
Si en las tardes de aquel verano me hubiese quedado quieta en casa junto a mi madre. Mi madre.
No la soporto.
(y qué te ha hecho ella?)
Está dentro de mi. Prohibición, prohibición, prohibición.
Tiene colmillos de morsa y piel de hojalata.
(y qué más tiene, dime)
No tengo tiempo para esto. Estoy sola.
(son tan tuyas tus braguitas de seda)
Todo el peso de tus ojos, escrutándome."

Dos
morenas luchan a muerte junto al desagüe de la fábrica. Además, el tiempo se lee opaco en los bancos de algas. Las horas no traen nada de valor.
Persigue con la mirada el Reverendo los últimos ermitaños que desaparecen con la marea. Es el momento de la mudanza. El chillido de las uñas en la pizarra de Amity
y ese roto alarido tras cada sacudida, tras cada herida de amor que no se cierra. Enterrada viva. Como una selva diminuta.
Un poco más allá, la señorita Gutiérrez se hunde poco a poco entre las interferencias de la radio y los plásticos.
Ya se ha ensuciado el retrato de Nikita. Ya no le reconoce.
Me encojo de piernas en lo profundo del bote. Mecido por monstruos marinos.
Los luminiscentes dedos estirándose para luego encoger progresivamente. Anémonas que llueven sobre el cráneo jugoso aún sin formar.
Hace frío entre tus labios
bíblicos.  

sábado, 2 de julio de 2011

Irrealidad y Regresión (I)

Cuando uno traslada su habitabilidad hecha de cañas rebosantes de baba dionisíaca, momentos de terciopelo junto a la pluma ibérica en las orillas del Tormes y demás anclaje sentimental al extranjero, especialmente, a Estados Unidos, el infeliz podría pensar que la pantalla cinematográfica se desgaja y una entrada mágica salida de los calzoncillos de Schwarzenegger nos brinda acceso a un mundo de fantasía y palabra "fuck" que cambiará su realidad hasta tornarla mito, excrecencia carnosa carpenteriana o desvirgamiento prematuro y tecnificado entre las piernas de una mujer eternamente endeudada con la Universidad de Michigan. Quizás esos caminos son posibles pero a mi no se me fue concedida tan alta maestría imaginativa sino una hostilidad de recibimiento inhumano o demasiado humano al pasar los controles del aeropuerto de Philadelphia.
Aún así, recaigo en el Oeste, más allá de las planicies áridas y de los lagos de sulfuro. Llego a la que va a ser mi casa y una viejecita embutida en flores y sedas tardías me recibe con una copa de vino. Las horas sin dormir, la violencia más sagrada, la del huesped, el agua del váter, girando en la misma dirección que en el hogar, nada cambia mucho mi percepción.
Pasan los días, visito las universidades, sorprendo a las madres de cuento sobre las gradas del campo de béisbol, miríadas de gnomos de porcelana barata observan mis pasos sonoros mientras atravieso las grandes avenidas. Cómo sienten mis pies las avenidas. Nada cambia. Las pizzas son más caras. La gente es más simpática bajo sus trajes informativos.
Mas el ordenador, extensión de mi mente, verdadero cyborg yo como somos ya un poco todos, desempeña la función desintegradora. No lo noto el primer día pero el segundo ya soy todo oídos. Hablo con mis seres queridos, recibo e-mails, a la gente le gusta el color de mis ojos en un espejo convexo subido en el muro de facebook. Se acerca la hora de comer. Las voces van cayendo. Pasan las cuatro de la tarde. Se hace el silencio. Me quedo solo. Mis conexiones con Seattle son nulas. Mi corazón está en Europa. Pero estoy solo.
Ya no es como estar en Salamanca, tomarme unos vinos con chicas que mascan músculos de afroamericanos con los pechos, besarle las buenas noches a una rubia, quizá hacerme una paja y cagarme en Dios, no. Ya no es así. Entonces sabes que a medida que te vas durmiendo pasas a formar parte de un todo más grande y seguro que tu cama, un todo determinado y ambivalente a la vez donde todos mis conocidos pescan con grandes mástiles y redes eléctricas en el mar oscuro del inconsciente colectivo o telemático que ya todos nuestros lazos informativos nos han situado sobre las pesadas cabezas al romperse el día.
La segunda noche ya supe que estaba solo. Que cuando me iba a dormir, la noche era cuento para asustar a los niños rojos en el Este de mi topología. La oscuridad del jardín volvíase fluorescente y la textura de mi realidad se desmoronaba por instantes.
Esa sensación de que algo no encaja del todo alrededor nuestro. Algunas mujeres pasan como bultos de grasa por delante de mi ventana sacando al perro a pasear, los mapaches vestidos como piratas lanzándose contra las persianas, la vertiginosa rata-ardilla que rastrea entre los despojos el cadáver de Charles Dexter Ward, un amigo recomienda un juego informático que asusta hasta la médula pero a mi ya todo esto no me sirve. Mi madre me llama, y mientras el sol marchita las rosas en toda la palabra rosa, la rubia cabellera maternal se arquea obediente ante el rosado ocaso de las montañas de Mallorca.
Vendrá el armado viernes 13 con su máscara de las juventudes socialistas, en Elm Street sólo hay varios niños incendiados y pintura en las tripas nórdicas de su víctima, los jóvenes de Columbine acampan en las esquinas de la plaza de la constitución con la cabeza de Rita Barberà en una pica, Snake Priskin rescata a Teddy Bautista de las manos coléricas de Ramoncín. Basta.

Cae ya el crepúsculo en Seattle. En España los sueldos de los tecnócratas suben hasta las nubes enrarecidas de polvo que Madrid mima. Allí en lo alto, un cuerpo desnudo, sin orejas y con un solo ojo abre tentativamente sus fauces, engulle mis fantasías y las vuestras, carga con el tiempo: una sucesión continua de bloques de cheddar.