La primera convulsión espasmódica se apoderó de Cúchulainn, y lo transformó en algo monstruoso, horrible y sin forma, desconocido. Sus canillas y articulaciones, cada nudillo y ángulo y órgano de la cabeza a los pies, se agitaba como un árbol en la inundación o un junco en la corriente. Su cuerpo se retorció furioso por debajo de su piel, hasta que los pies y espinillas se dieron la vuelta y tobillos y pantorrillas quedaron así al descubierto. Las esféricas articulaciones de sus piernas giraron hacia las espinillas, cada gran nudo del tamaño de un tenso puño guerrero. En su cabeza, los músculos de la sién se estiraron hasta la nuca, cada poderosa protuberancia, inmensa, inabarcable, tan grande como la cabeza de un niño de un mes.
Su rostro y sus rasgos pasaron a ser un cuenco rojo, absorvió de tal modo un ojo dentro de su cabeza que una grulla salvaje no hubiese podido partir de la mejilla y llegar a las profundidades del cráneo; el otro ojo se posó sobre su moflete.
La boca siniestramente desencajada: la mejilla se desprendió de las mandíbulas hasta que el gaznate hizo acto de presencia; el hígado y los pulmones se agitaban en su boca y garganta; la mandíbula inferior golpeaba a la superior con la fuerza de un león, y pellejos ardientes, grandes como vellones de carnero llegaban a la boca desde la garganta.
Su corazón latía con enorme intensidad en el pecho, como el aullido de un perro guardián al ser alimentado, o el sonido de un león entre osos. Pérfidas nieblas y briznas de fuego refulgían rojas por dentro de las nubes de vapor que hervían cabeza afuera, tan feroz era su furia.
El halo heróico surgió de su frente, larga y ancha como la piedra de afilar de un guerrero, amplia como un hocico, y se volvió loco golpeando los escudos, exhortando a su auriga y arengando a las huestes.
Entonces, imponente y duro, firme y fuerte, alto como el mástil de un noble navío, se desprendió del centro muerto de su cráneo un recto chorro de sangre negra, humeando oscura y mágica.
De este modo, entonces, marchó al encuentro de sus enemigos y obró proezas atronadoras y mató a cien hombres, luego a doscientos, luego a trescientos, luego a cuatrocientos, luego a quinientos...
(Extrato del poema épico irlandés Táin Bó Cuailnge. c.
Traducción del Gaélico al Inglés, Thomas Kinsella)
Y así como en la película Erik, The Viking el padre de Sven no deja de hacer referencia al estado de locura guerrera conocido como Berserk (to go berserk sería la expresión correcta), Cúchulainn, gran héroe irlandés se dispone a enfrentarse a sus enemigos que huyen despavoridos ante tanto horror. Obviamente hemos dejado atrás el discreto canto o danza de batalla.
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