La mujer es ya perfecta.
Su inerte
cuerpo trae la sonrisa del cumplimiento,
la ilusión de una necesidad griega
fluye por los pliegues de su toga,
sus pies
desnudos parecen estar diciendo:
hemos llegado tan lejos, se ha acabado.
Cada niño muerto enroscado, una blanca serpiente,
en cada pequeña
jarra de leche, ahora vacía.
Ella los ha plegado
en su cuerpo como pétalos
de una rosa cerrada cuando el jardín
se endurece y los aromas sangran
de las dulces, profundas gargantas de la flor de noche.
La luna no tiene de qué entristecerse,
vigilando desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negruras crujen y se arrastran.
Uno de los últimos poemas que Plath escribió antes de darse muerte. Tradicionalmente la crítica lo ha considerado una nota de suicidio en la que incluso expresa el deseo de llevarse a sus hijos con ella. Ni mis admirados Ted Hughes o Seamus Heaney fueron capaces de separar en sus interpretaciones la persona poética y textual de la Sylvia real y cayeron presa de la limitadora castración autobiográfica.
Para más información remito a este excelente artículo sobre los últimos poemas de Plath:
http://findarticles.com/p/articles/mi_7026/is_1_100/ai_n28309477/?tag=mantle_skin;content
El poema original:
http://www.angelfire.com/tn/plath/edge.html
Ayyyy Sylvia, Sylvia... mi buena amiga Sylvia... tenía la cabeza como un bombo ahumado, la pobre...
ResponderEliminarSí, pobre Sylvia. Tomó demasiado THughes sin mezclar y sin hielo.
ResponderEliminarNinicum!
Shaken, not stirred...
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