viernes, 22 de julio de 2011

Edge (Sylvia Plath)

Borde

La mujer es ya perfecta.
Su inerte
cuerpo trae la sonrisa del cumplimiento,
la ilusión de una necesidad griega
fluye por los pliegues de su toga,
sus pies
desnudos parecen estar diciendo:
hemos llegado tan lejos, se ha acabado.
Cada niño muerto enroscado, una blanca serpiente,
en cada pequeña
jarra de leche, ahora vacía.
Ella los ha plegado
en su cuerpo como pétalos
de una rosa cerrada cuando el jardín
se endurece y los aromas sangran
de las dulces, profundas gargantas de la flor de noche.
La luna no tiene de qué entristecerse,
vigilando desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negruras crujen y se arrastran.













Uno de los últimos poemas que Plath escribió antes de darse muerte. Tradicionalmente la crítica lo ha considerado una nota de suicidio en la que incluso expresa el deseo de llevarse a sus hijos con ella. Ni mis admirados Ted Hughes o Seamus Heaney fueron capaces de separar en sus interpretaciones la persona poética y textual de la Sylvia real y cayeron presa de la limitadora castración autobiográfica.
Para más información remito a este excelente artículo sobre los últimos poemas de Plath:

http://findarticles.com/p/articles/mi_7026/is_1_100/ai_n28309477/?tag=mantle_skin;content

El poema original:

http://www.angelfire.com/tn/plath/edge.html

sábado, 9 de julio de 2011

Amnesia en Morille (Interludio)

...y a medida que avanzaba, el temor se hacía más tangible, más físico. El temblor de las piernas, el corazón a punto de brotar con ademán dieciochesco, cada escalón y cada puerta ensombrecía el final de una carrera sin recodos. Ahí, junto a la cortina, ¿no lo ves? ¡Maldita sea, Gloria! ¡Vamos todos a morir! Pero no había ninguna Kate Capshaw vestida de blanca flor de los alpes para agarrar de la palanca llena de coleópteros que nos salvara. Algo me perseguía y yo seguía cerrando puertas y más puertas. En el dormitorio subyacente encontré a Carmen y a Dévora. Hablaban de los niños mutilados en genitales de azúcar cuando el mecenas de los muertos hacía su entrada triunfal por la calle de Kralja Milutina. Las ovejas se dispersaban en la lejanía de los pastos. Un poco más adelante, a la derecha, el doctor Peter Benkman era sometido a su habitual y eterno devenir en la espera de aquella gelatina americana que abría sus brazos como el ya viejo Brahms al saber de la muerte de Clara Schumann, un año antes de la suya. No debería seguir aquí. "Los primordiales", me escupe Orson entre cúmulos de whiskey y postales de Amaia Montero. "Los primordiales han hecho acto de presencia y ahora quieren rebozar los cuerpos vivos pero muertos de aquellas francesas afrancesadas hasta la médula que se colocaban las bragas al pasar por delante de los botijos de aguardiente." ¿Y no somos todos en cierta manera responsables? Tu único pasatiempo consiste en tocarte la polla ante nuestra mirada perdida. Siempre con tu polla manchándonos los labios. Arden las naves más allá del Tannhäuser (ópera). Gracias a una ganzúa pude entrar en la estancia que debía conseguirme tu perdón. Escupiendo tus palabras en su pecho deshojado, frente al O'Hara, de Frank O'Hara. Eran otros tiempos. Ahora ya eres un amargo sentimiento febril entre la basura. Las alfombras se desplazan como si de mantas se trataran. Ondulantes ante tu cabeza, mi trofeo. Say the goddamned pronouns. Ah, mi querido Sam Diamond. No hay nada que un buen guantazo en su rostro burgués no pueda arreglar. "Me gusta cuando cantas, desprovisto de ropa y con sombreros entre tus axilas. ¿Le leíste ya el poema de los japoneses? Ella expira que tiene un novio, que se parece a Boris Karloff". "¡Boris Karloff! No se merece ni oler mi mierda." Conseguí abrirme paso entre aquellos bultos, Lautreamont se alimentaba de unas piernas mal depiladas, eríceas, abominando de su memoria. "Quiero que cuando me penetres, las flores broten en las marismas." Allí, entre los candelabros, el poeta de esperma subrepticio picaba con su grinder el poder de una hierba imposible, inalcanzable, remota y simplemente ineficaz que fumaba ante los cuerpos descuartizados de algunas niñas.
Salí, salí por el portal de acero. No llegué muy lejos. Luis Alberto jugaba al golf junto a los muros de Ledesma. "Querido benefactor, déjame darte un abrazo con los morados labios prominentes". Se puso rojo como los neumáticos del Carmageddon. "No te espantes, no dormiré con ella tampoco esta noche. Me ahogo en el camarote de piedra, tragando mi propia dignidad por boca y extremidad, ¿no lo ves?"
Quería marcharme. El caserón se arqueaba tratando de agarrarme. "Por ahí va un maromo, atrapadlo". La pasión de San Mateo y sus piernas zurdas en el opel corsa. "Vámonos de aquí. Deja que me suba al capó. Lo importante es dejar estas tierras."
Y el occiso almirante enterrando una cerezas podridas en el cementerio. Una navaja en el cuello de algunos de los comensales. "Esta es mi casa. ¿Por qué debería irme? ¿quién me va a esperar ahí fuera?" La aparición fantasmal de un camisón blanco en las fauces de una noche novaliana. Ella me saluda desde las verjas. Yo la miro embelesado. "Eres el amor perdido de mis catorce años. ¿Por qué has llegado tan tarde?" Ella se giró presumida y seductora, hacia donde los setos clavan sus raíces.
La negrura quedaba atrás mientras nos alejábamos silenciosos.
¿No son aquellas estancias nuestras espejos salvajes y los ojos que ya juegan al escondite entre los párpados?

sábado, 2 de julio de 2011

Irrealidad y Regresión (I)

Cuando uno traslada su habitabilidad hecha de cañas rebosantes de baba dionisíaca, momentos de terciopelo junto a la pluma ibérica en las orillas del Tormes y demás anclaje sentimental al extranjero, especialmente, a Estados Unidos, el infeliz podría pensar que la pantalla cinematográfica se desgaja y una entrada mágica salida de los calzoncillos de Schwarzenegger nos brinda acceso a un mundo de fantasía y palabra "fuck" que cambiará su realidad hasta tornarla mito, excrecencia carnosa carpenteriana o desvirgamiento prematuro y tecnificado entre las piernas de una mujer eternamente endeudada con la Universidad de Michigan. Quizás esos caminos son posibles pero a mi no se me fue concedida tan alta maestría imaginativa sino una hostilidad de recibimiento inhumano o demasiado humano al pasar los controles del aeropuerto de Philadelphia.
Aún así, recaigo en el Oeste, más allá de las planicies áridas y de los lagos de sulfuro. Llego a la que va a ser mi casa y una viejecita embutida en flores y sedas tardías me recibe con una copa de vino. Las horas sin dormir, la violencia más sagrada, la del huesped, el agua del váter, girando en la misma dirección que en el hogar, nada cambia mucho mi percepción.
Pasan los días, visito las universidades, sorprendo a las madres de cuento sobre las gradas del campo de béisbol, miríadas de gnomos de porcelana barata observan mis pasos sonoros mientras atravieso las grandes avenidas. Cómo sienten mis pies las avenidas. Nada cambia. Las pizzas son más caras. La gente es más simpática bajo sus trajes informativos.
Mas el ordenador, extensión de mi mente, verdadero cyborg yo como somos ya un poco todos, desempeña la función desintegradora. No lo noto el primer día pero el segundo ya soy todo oídos. Hablo con mis seres queridos, recibo e-mails, a la gente le gusta el color de mis ojos en un espejo convexo subido en el muro de facebook. Se acerca la hora de comer. Las voces van cayendo. Pasan las cuatro de la tarde. Se hace el silencio. Me quedo solo. Mis conexiones con Seattle son nulas. Mi corazón está en Europa. Pero estoy solo.
Ya no es como estar en Salamanca, tomarme unos vinos con chicas que mascan músculos de afroamericanos con los pechos, besarle las buenas noches a una rubia, quizá hacerme una paja y cagarme en Dios, no. Ya no es así. Entonces sabes que a medida que te vas durmiendo pasas a formar parte de un todo más grande y seguro que tu cama, un todo determinado y ambivalente a la vez donde todos mis conocidos pescan con grandes mástiles y redes eléctricas en el mar oscuro del inconsciente colectivo o telemático que ya todos nuestros lazos informativos nos han situado sobre las pesadas cabezas al romperse el día.
La segunda noche ya supe que estaba solo. Que cuando me iba a dormir, la noche era cuento para asustar a los niños rojos en el Este de mi topología. La oscuridad del jardín volvíase fluorescente y la textura de mi realidad se desmoronaba por instantes.
Esa sensación de que algo no encaja del todo alrededor nuestro. Algunas mujeres pasan como bultos de grasa por delante de mi ventana sacando al perro a pasear, los mapaches vestidos como piratas lanzándose contra las persianas, la vertiginosa rata-ardilla que rastrea entre los despojos el cadáver de Charles Dexter Ward, un amigo recomienda un juego informático que asusta hasta la médula pero a mi ya todo esto no me sirve. Mi madre me llama, y mientras el sol marchita las rosas en toda la palabra rosa, la rubia cabellera maternal se arquea obediente ante el rosado ocaso de las montañas de Mallorca.
Vendrá el armado viernes 13 con su máscara de las juventudes socialistas, en Elm Street sólo hay varios niños incendiados y pintura en las tripas nórdicas de su víctima, los jóvenes de Columbine acampan en las esquinas de la plaza de la constitución con la cabeza de Rita Barberà en una pica, Snake Priskin rescata a Teddy Bautista de las manos coléricas de Ramoncín. Basta.

Cae ya el crepúsculo en Seattle. En España los sueldos de los tecnócratas suben hasta las nubes enrarecidas de polvo que Madrid mima. Allí en lo alto, un cuerpo desnudo, sin orejas y con un solo ojo abre tentativamente sus fauces, engulle mis fantasías y las vuestras, carga con el tiempo: una sucesión continua de bloques de cheddar.