"Un pequeño interludio", exclamó el niño subido en el sillón del dentista.
Hacía tiempo que los tambores habían dejado de sonar sobre las colinas. Espacio abierto. Distancia al sol medida en insinuaciones junto a la cerveza y el vino. Algunos pasos más allá del río de piedras que la calle compañía exclama observó sus botas. "Un calzado eléctrico", no pensó él sino que dio por bueno en un verso. "Es bueno verte una vez cada seis años viviendo en la misma calle, sigues siendo mi mejor amiga." En el lugar elevado las aves rendían sus pleitesías a la noche. Al notarte pisar toda aquella piedra recordé la oscuridad en tus amapolas aquella noche junto a un mar que no era mío. ¿Por qué al encontrarse uno en la profundidad fingida de una piscina en Venus puede proclamar, entre los sollozos de un enemigo íntimo, que el deseo es un arma de largo alcance pero de disparo a quemarropa? Contestarse a ella misma es lo que hace la pregunta separada de las fronteras de la blancura entre los trazos. Más allá, la negatividad. "Quiero pitufas de Santa Ana!, espetó la chica de tez morena pero bañada por las interminables cejas de la máscara de Groucho Marx al camarero confiado en un error habitual en la propia chica de pechos grandes pero firmes por los abrazos, habituales ya también, de los culturistas.